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Entre Culturas

En memoria de Alberto Alday Garay

Durante décadas algunos académicos y políticos consideraron inevitable, e incluso deseable, la asimilación gradual y linear de inmigrantes en las sociedades de acogida. Los efectos sociales del fenómeno migratorio eran vistos como negativos, al entender que se producía una alteración del tejido social, lo que en su opinión conllevaba una pérdida de la cohesión social y una fuente permanente de conflictos por desencuentros culturales. Por ejemplo, en Estados Unidos, bajo el paradigma del “melting pot” los inmigrantes estaban “condenados” a “mezclarse” con el resto de la sociedad en búsqueda de una mayor homogeneidad, cohesión social e identidad nacional común a todos. La asimilación fue entendida en términos de “matrimonios mixtos” (entre inmigrantes y la población de la sociedad de acogida), de incremento de relaciones personales, culturales, sociales y laborales entre la población inmigrante y la local, y desde la pérdida de rasgos identitarios de la población inmigrante y sus descendientes tales como la lengua o la religión.

Sin embargo, las teorías que auspiciaban el éxito del “melting point” fueron desmontadas una a una con el paso del tiempo. Es decir, la asimilación no era una línea recta que llevara a los inmigrantes a su aculturación total, a su absorción por el resto de la sociedad, conllevando la pérdida de la identidad de sus países de origen. De igual manera, los descendientes de poblaciones inmigrantes tampoco estaban más asimilados necesariamente que sus predecesores. La asimilación no era irreversible o inevitable. Aun más, las consecuencias sociales del fenómeno migratorio en la sociedad de acogida empezaron a entenderse como positivas en términos de revitalización demográfica y económica, integración social e intercambio cultural.

En Euskadi, aproximadamente unas 145.000 personas (6.6% del total de la población) tienen nacionalidad extranjera mientras otras 35.000 personas de origen extranjero habrían adquirido la nacionalidad española. Nuestros nuevos vecinos “inmigrantes”—caracterizados por su gran diversidad geográfica, cultural, religiosa, lingüística y étnica—se unen a aquellos otros que ya tiempo atrás abandonaron sus hogares con el objetivo de reiniciar una nueva vida. Todos ellos, incluyendo a nuestros propios emigrantes, han conformado una Euskadi de diásporas—una extensa y densa red de interconexiones transnacionales. En este contexto, la Asociación Retbask_Arreba (Asociación de Retornados/as Vascos/as, Descendientes de Vascos/as y familiares) ha sido recientemente constituida con el objetivo de “dar cabida y respuestas a los emigrantes vascos/as de retorno, así como a su descendencia y familiares…”Buscamos acercar”, según comentan sus impulsores, “la realidad de Euskal Herria a las personas que en algún momento emigraron por diferentes circunstancias y que hoy hacen el camino inverso: ‘el retorno’, siendo ellas mismas quienes lo hacen o sus descendientes y familiares”.

Betto Snay en el Festival Gentes del Mundo, Bilbao, 2010

Ante una sociedad vasca cada vez más compleja y diversa, y teniendo en cuenta las asimetrías socio-económicas y de poder que existen entre los diferentes individuos y comunidades que la componen ¿qué grado de interculturalidad—entendiendo por interculturalidad la interacción e interrelación activa entre grupos diferenciados por aspectos culturales, religiosos, lingüísticos o étnicos—existe en Euskadi? ¿Cuál es el papel que las asociaciones de inmigrantes (y de retornados) e instituciones representativas de la sociedad vasca pueden desempeñar en los procesos de interculturalidad que, por ejemplo, ayuden a contrarrestar prejuicios y actitudes negativas hacia los inmigrantes y retornados, favorezcan la inclusión socio-económica, política y laboral de los más desfavorecidos, y suavicen las distinciones culturales entre dichos colectivos y la sociedad en la que se integran?

Actuación de la Casa de Asturias de Bilbao, Bilbao, Mayo 2011. Fotografía de P.J. Oiarzabal

(Actuación de la Casa de Asturias de Bilbao, Bilbao, Mayo 2011. Fotografía de P. J. Oiarzabal)

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