A Juan Larrea
¡Oh deseable! Tan deseable muerte por un momento que trasciende el sueño. Desvelaré la confesión oculta bajo el carmín de tus labios, bajo el carmín verde de tus labios, con alguna que otra nube traspasada por dagas en mis besos. Cómo me atraviesa el rayo desde la A a la U. Pero cómo veo todo, con ojos en blanco, cuando me poseen los versos que escribe locamente mi mano fenicia a expensas mías, en plenitud de desmayo. Yo te invoco Damisela con voz fugaz sin escapatoria, por tu color a rebelde barco, en la ciudad que desde que la abandonaste arde todos los diciembres de cada mes, por la primavera que da a luz de cabaret tu claustrofobia impenetrable donde reinaba el humo de los motines, y tu poderosa voz sembrada de tantas puertas, ¡ay Damisela! cuando hasta tus rodillas se alzaban las columnas de los estilitas, cuando no dejas de ser un continente de las primicias para los tronos de la historia, cuando con tu lengua estrenaste un torreón en medio que relame de vez en cuando el mar golpeado por un martillo, ¡ay Damisela! mientras con tu respiración encendida de celdas, mientras con tus jadeos de carnaval perpetuo, mientras con tu silencio de enorme campana de cristal dieron las doce del espíritu y despiertan a su ser las cosas todas de su letargo.
Sergio Oiarzabal (1973-2010), “Delicatessen Underground (Bilbao Ametsak)” (2008).
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