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“Vengo del desierto y vi a mi abuelo sembrar en el desierto… Siembra en una tierra árida y luego espera. Si cae la lluvia, recolecta… Un día, usted marcha sobre una tierra completamente quemada, luego llueve y lo que sigue, usted se pregunta cómo ha podido producirse: tienes flores, verdor…porque los granos ya estaban ahí… ¡Hay que sembrar! ¡Incluso en el desierto, hay que sembrar! …Siembro y si mañana llueve, está bien, y si no, al menos los granos están ahí, porque ¿qué va a pasar si no siembro? ¿Sobre qué caerá la lluvia? ¿Qué es lo que va a crecer, piedras? Es la actitud que adopto: sembrar en el desierto”.

(Moncef Marzouki, Mayo 2010)

No es difícil imaginar a aquellos pioneros de la cultura y de la política vasca, surgidos de las comunidades de emigrantes y exiliados de finales del siglo XIX a lo largo del continente americano, aunando esfuerzos con grandes dosis de sacrificio y sorteando todo tipo de obstáculos con el objetivo de lograr que las semillas que en su día plantaron pudieran germinar y florecer en tierra extraña, por muy árida y hostil que fuera. En sí se convirtieron en verdaderos “sembradores de cultura”—como le gusta recordar a Mikel Ezkerro.

Este año se celebra tanto el centenario de la Sociedad de Confraternidad Vasca “Euskal Erria” de Montevideo (Uruguay) como el del Centro Zazpirak-Bat de Rosario (Argentina), ambas fundadas en un intervalo de dos meses. Aun estando ubicadas en ciudades separadas por más de 700 kilómetros, con el transcurso del tiempo fueron entrelazadas por oleadas de emigrantes provenientes de muy diversos lugares de Europa entre los que se encontraban vascos de ambas vertientes de los Pirineos. A pesar de la emancipación de las colonias americanas, la emigración vasca continúo hacia América, eligiendo destinos como Chile y el Río de la Plata—hoy en día Argentina y Uruguay. Se estima que entre la década de 1830 y principios del siglo XX decenas de miles de vascos emigraron legalmente al Nuevo Mundo. Durante el siglo XIX, los territorios vascos estuvieron plagados de crecientes dificultades socio-económicas al igual que de una sobrecogedora inestabilidad política, en forma de revoluciones y guerras que empujaron a muchos de sus ciudadanos a emigrar, tanto para mejorar su calidad de vida como simplemente para salvarla. Bien es cierto que el siglo XX no fue más amable para los vascos que las anteriores eras. La Guerra Civil Española y las dos guerras mundiales forzaron a miles y miles de vascos al exilio, a los que se sumaron aquellos otros de carácter económico como consecuencia de la postguerra.

A lo largo de estos 100 años la transmisión de la identidad vasca dentro de las propias colectividades ya sea en Argentina o en Uruguay ha sido altamente exitosa, y suficientemente abierta y atractiva propiciando la incorporación de personas que se han educado en otros marcos culturales y de identidad. Como escribí en su momento “la identidad vasca, al igual que otras muchas identidades en el mundo actual es, ante todo, una identidad permeable, elástica, múltiple, que se negocia, renegocia, construye y reconstruye constantemente en los diversos contextos temporales y espaciales en los que se desenvuelve, y en los que conviven diversidad de referentes y repertorios identitarios, abiertos, y ajerárquicos”. Por todo ello no es de extrañar, por ejemplo, que la Cámara Nacional de Representantes de Uruguay haya homenajeado a los fundadores de Euskal Erria, y por ende a la colectividad vasca de la capital, por su contribución al desarrollo del país o que el Gobierno Provincial de Santa Fe y la Municipalidad de Rosario hayan declarado de interés público todos los actos que lleve a cabo el Zazpirak-Bat como conmemoración de su centenario.

eErriaMendeurrenSeilu-haSello conmemorativo del centenario de la Confraternidad Vasca de Euskal Erria. Imagen: Dirección Nacional de Correos de Uruguay (25 de mayo de 2012).

El trabajo abnegado de un número determinado de personas a lo largo y ancho de nuestras diásporas vascas, a la vez que un ejemplo a imitar, es aun más valioso en un contexto de casi nula emigración, de envejecimiento de la población del exterior, y en muchos casos de una falta de relevo generacional que pueda reactualizar imaginativamente la herencia cultural y a la vez fortalecer el entramado institucional existente. Aquellos vascos de Rosario y Montevideo, y de tantos otros lugares, quizás jamás pensaron que las semillas que plantaron en su día les sobrevivieran, florecieran como lo han hecho, y pudieran auto-perpetuarse generación tras generación hasta llegar a día de hoy. Sin ninguna duda también se encontraron con numerosos problemas pero decidieron continuar hacia adelante.

¡Hay que sembrar! ¡Incluso en el desierto, hay que sembrar!”

Zorionak Euskal Herria eta Zazpirak-Bat!!

¿Conoces a algún “sembrador” de cultura vasca en tu colectividad, en tu país? ¿Te gustaría compartir su historia?

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Orok Bat

Sentado en un café del antiguo barrio de la Morería de Lisboa, uno no llega a imaginar el esplendor del que fuera uno de los centros neurálgicos del mundo occidental durante siglos; puente comercial, lingüístico y cultural entre Europa, África, India, Brasil y el suroeste de Asia. Herencia de todo ello, es que a día de hoy alrededor de unos 223 millones de personas a lo largo del mundo comparten la lengua y cultura portuguesas y una historia colonial y post-colonial común (repleta de luces y sombras), formando la Comunidade dos Países de Língua Portuguesa, fundada en 1996.

Desde que en 1500 Pedro Álvares Cabral llegara a las costas de lo que posteriormente se denomino como Brasil, cientos de miles de personas arribaban a Lisboa con la esperanza de poder embarcar hacia el Nuevo Mundo. La maquinaría de la conquista, colonización, expansión territorial, y explotación comercial (esclavos, azúcar, café, y oro) tomó su propio ritmo al igual que lo hiciese en el caso del Imperio Español.

Tras la invasión de Portugal por parte de Napoleón Bonaparte en 1808, la familia real portuguesa se trasladó a Brasil y otorgó a la colonia el estatus de reino en 1815, haciendo de Río de Janeiro la capital del Imperio Portugués. Era la primera vez en la historia de Europa que una colonia llegó a albergar la capital de su propia metrópoli. A pesar de la derrota de Bonaparte y la restauración de la monarquía en tierra portuguesa, el movimiento independentista que surgió a lo largo de América en el siglo diecinueve, provocó, dentro de las élites brasileñas, un mayor deseo de distanciarse de Portugal para afirmarse como pueblo soberano. El 7 de septiembre de 1822, se proclamó la independencia de Brasil.

Seis décadas más tarde, en 1881, una asociación vasca llamada Euskaldunak Orok Bat fue establecida en Río de Janeiro. Fue la primera asociación vasca, de la que se tiene conocimiento, en la historia de Brasil y del cuasi-finiquitado Imperio Portugués. Unos años antes se habían ya establecido las primeras organizaciones post-coloniales de la diáspora vasca en la región del Río de la Plata (hoy en día, Argentina y Uruguay). En 1876, la asociación Laurak Bat fue creada en Montevideo y en 1877, La Sociedad Vasco-Española Laurac Bat (conocida posteriormente como Laurak Bat) fue fundada en Buenos Aires. De manera coincidente, a miles de kilómetros de distancia, las comunidades vascas de Matanzas, Cuba, y Manila, Filipinas, todavía bajo control político y militar español, se organizaron formalmente en 1868 y alrededor de la década de 1880, respectivamente.

Tal y como vemos, las diásporas son retazos del devenir de la propia historia, hijas de un hogar abandonado, que se aleja en el tiempo y en la distancia física pero que se ancla en la memoria de individuos y comunidades que la componen. Sus esfuerzos por continuar siendo una parte integral tanto del país de origen como el de acogida y no verse relegados al ostracismo del olvido y de la asimilación, es una lucha continua de titanes contra el tiempo. Hoy en día el único vestigio asociativo vasco en Brasil es Eusko Alkartasuna, el cual fue fundado en 1959 en la ciudad de São Paolo. Muy posiblemente el espíritu de unidad y solidaridad que dio lugar al Euskaldunak Orok Bat, “Todos los Vascos en Uno”, continúa, hoy en día, en vigor en la asociación Eusko Alkartsauna.

Poco se sabe del Euskaldunak Orok Bat y de los individuos que la albergaron y fomentaron, los motivos que les hicieron emigrar a Brasil, de las actividades que llevaron a cabo, y del por qué de su desvanecimiento en el tiempo. Sin ninguna duda es todo un reto para la historiografía. Un mayor número de estudios sobre la emigración vasca a Brasil, antes y después de su independencia, son hoy más que nunca necesarios. Adentrarse en la historia de la diáspora vasca, y particularmente de sus comunidades emigrantes minoritarias, es una de las mejores maneras de conocer nuestro presente como país. Tras siglos de emigración en búsqueda de un mundo mejor, Euskal Herria se ha convertido por primera vez en un país de acogida de inmigrantes de origen no europeo. Qué mejor forma de celebrar la llegada de nuevas gentes que ofrecerles la historia de nuestros conciudadanos por el mundo. Una nueva historia común, hecha por todos. Orok Bat!

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