Tiempos nuevos

“Ves cosas y dices, ‘¿Por qué?’ Pero, yo sueño cosas que nunca fueron y digo, ‘¿Por qué no?’”.

George Bernard Shaw (Back to Methuselah, 1921)

Si comenzábamos el año viajando a la Isla de Irízar de la Antártida Argentina, lo despedimos desde las Islas de Diómedes (65° 47’ 0” N, 169° 1’ 0” O), situadas en la mitad del Estrecho de Bering, al sur del círculo polar Ártico. Están formadas por Diómedes Mayor (Inaliq), la cual pertenece a la Federación Rusa y se encuentra deshabitada, y Diómedes Menor (Ignaluk), habitada por 146 personas de la etnia Iñupiat Inuit, siendo parte de Estados Unidos. Separadas por un canal, éste puede ser atravesado andando cuando se encuentra congelado en invierno y, de esta manera, poder situarnos en una línea imaginaria que atraviesa el planeta de norte a sur. Es el meridiano 180°, coincidente con la línea internacional de cambio de fecha que marca el cambio de día en el calendario, y que sitúa caprichosamente a Diómedes Mayor—al oeste de la línea—a 21 horas por delante de Diómedes Menor—al este—en una distancia física de apenas 4 kilómetros. Consecuentemente, se conoce a Diómedes Mayor como la “Isla del Mañana” y a Diómedes Menor como la “Isla del Ayer”. Propio de una novela de ciencia ficción ¿quién hubiera podido imaginarse que pudiéramos viajar entre el ayer y el mañana y entre el mañana y el ayer, a pie, sin máquina del tiempo alguna, y compartiendo la misma hora solar?

diomedeMapa de las Islas Diómedes con la línea internacional de cambio de fecha (Fuente: Wordatlas).

Y es en esta subjetiva percepción del tiempo, y particularmente, durante los últimos días del año, cuando el mundo parece ralentizarse pero el discurrir del tiempo es el mismo. Y si hay algo en común tanto a las diferentes culturas y tradiciones religiosas que nos han precedido como a las actuales es la obsesión por medir el cambio cronológico, por organizar y controlar la dimensión temporal de nuestra existencia. Desde el reloj de sol hasta el atómico, pasando por el calendario juliano (46 a.C.) que dividía el año en doce meses, el de Constantino I el Grande (321 d.C.) que implantó las semanas en siete días, el calendario gregoriano (1582) que utilizamos oficialmente a día de hoy en casi todo el mundo, hasta la línea internacional de cambio de fecha o el tiempo universal coordinado. Todos han sido intentos de medir el tiempo, pasando de ser esfuerzos locales hasta ser adoptados universalmente. En nuestra pequeña geografía, sería el clérigo protestante labortano Joanes Leizarraga el que escribiera el primer calendario en euskera, Kalendrera, y quien también tradujera, por primera vez, el Nuevo Testamento al euskera, ambos publicados en 1571.

En nuestro pensamiento el tiempo parece no transcurrir y recordamos a aquellos que nos han dejado a lo largo del año y aquellos otros que nos dejaron tiempo atrás. Y a pesar de la abrumadora crisis—también de valores—que nos asola y de los malos presagios que pretenden ahogar nuestra ilusión de cara al nuevo año, retemos al futuro desde la esperanza y hagamos realidad las palabras de Viktor Frankl, superviviente del Holocausto: “Quien tiene un ‘porqué’ para vivir, encontrará casi siempre el ‘cómo’”. Permitámonos soñar y preguntarnos “¿por qué no?”. Un nuevo tiempo comienza.

Jai Zoriontsuak eta Urte Berri On!!!

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13 thoughts on “Tiempos nuevos

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