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Algunas personas buenas

“El olvido lleva al exilio, mientras que la memoria es el secreto de la redención”

(Baal Shem Tov, 1698-1760)

En memoria de Julio Aróstegui

Estas breves palabras, profundamente reflexivas, custodian la salida del museo de historia en Yad Vashem—la Autoridad para el Recuerdo de los Mártires y Héroes del Holocausto—en Jerusalén. Tan solo hace unos días, el 27 de enero, se celebró el “Día Internacional de Conmemoración Anual en Memoria de las Víctimas del Holocausto”, cuya fecha, rememora aquel 27 de enero de 1945, cuando el Ejército Soviético entró en Auschwitz-Birkenau (Polonia), liberando lo que posteriormente fue definido como el mayor campo de exterminio del nazismo, y una de las mayores atrocidades en la historia contemporánea de la humanidad.

Pedro Junkera Zarate nació el 22 de noviembre de 1930 en Bilbao donde transcurrió su infancia hasta que con seis años fue evacuado junto a su hermana Ángeles, de ocho años, y cientos de otros niños vascos a Bélgica. Tras unos días en una colonia, los llevaron a Bruselas donde dos matrimonios decidieron hacerse cargo de ellos. Un matrimonio joven, formado por Jules Caillaux y Éva Samain, acogió a Pedro al que trataron como a un hijo, y a los que él cariñosamente siempre se ha referido como “papá” y “mamá”. Sus padres de acogida se desvivieron por él durante los tres años que vivió con ellos. Ángeles fue repatriada en 1939, y un año más tarde, también lo sería el propio Pedro. Bélgica ya no era un lugar seguro. A los pocos meses de la repatriación, el país fue invadido por Alemania. A lo largo de los años mantuvo el contacto con sus padres de acogida, y pudo visitarles, por primera vez, con veinte y tantos años, en un reencuentro que define como muy emocionante.  Poco conocía de los hechos de su padre Jules durante la Segunda Guerra Mundial y que fueron desvelándose a lo largo de los años.

Jules Caillaux nació el 31 de octubre de 1900 en Péronnes-lez-Binche, en la provincia valona de Hainaut. Fue voluntario en el Ejército Belga en 1918 durante la ocupación alemana del país en la Primera Guerra Mundial, y combatiente entre 1940 y 1945 durante la Segunda Guerra Mundial, y por cuya participación recibió un gran número de medallas honorificas. El 20 de noviembre de 1980, Yad Vashem reconoció a Jules Caillaux, de oficio electricista, como uno de los “Justos de las Naciones” por la protección otorgada a dos familias de origen judío—la familia de Roman Wachtel, refugiados de Austria, y el belga Oscar Fischer—quienes residían en su pueblo, Ohain, al sur de Bruselas. Jules impidió que las familias fueran arrestadas por los alemanes que les buscaban, cobijó a Fischer, y les consiguió tarjetas de racionamiento. Este reconocimiento es una de las mayores distinciones que se otorga a aquellas personas altruistas que salvaron a judíos durante el Holocausto. Jules falleció en Tournai el 29 de diciembre de 1985. Pedro asistió a su funeral el 3 de enero de 1986.

Junkera_1Pedro Junkera y Jules Caillaux, el 6 de junio de 1938, en Ohain, Bélgica. Imagen: Cortesía de Pedro Junkera.

Facundo Sáez Izaguirre nació el 27 de octubre 1917 en Donostia-San Sebastián. Afiliado al sindicato anarquista, Confederación Nacional del Trabajo, luchó a favor de la Republica y del recién constituido Gobierno de Euzkadi, con tan solo 18 años. Fue hecho prisionero en 1939, y le dieron a elegir entre trabajos forzados o unirse a la Legión. Decidió alistarse, escapándose al de poco tiempo. Atravesó la frontera siendo recluido en los campamentos de internamiento construidos para albergar a los refugiados que huyeron tras la Guerra Civil. Facundo estuvo en los campamentos de Saint-Cyprien y Gurs. En Gurs se le sitúa junto a su hermano Francisco, al que se le supone afiliado a la Unión General de Trabajadores. Tras la invasión alemana de Polonia en septiembre de 1939, se inicia la Segunda Guerra Mundial. En un corto periodo de tiempo, durante mayo de 1940, Alemania invade Francia, Bélgica, Los Países Bajos y Luxemburgo. En julio de 1940, el gobierno francés inicia su colaboración con Alemania, lo que provocó un amplio movimiento de resistencia interna en el que destacan los grupos de guerrilla, —popularmente conocidos como Maquis—, y en el que Facundo participó activamente. Hecho preso, fue enviado a Lorient (Bretaña) como mano de obra extranjera para construir la base de submarinos de Keroman entre 1941 y 1942 y 1944, formando parte de lo que se denominaría el “Muro del Atlántico”: una serie de fortificaciones militares alemanas en la costa atlántica cuyo objetivo era evitar una invasión marítima del Reino Unido. Una vez más consiguió escaparse. Tras viajar más de 730 kilómetros hacia territorio vasco, fue nuevamente detenido en febrero de 1944 en Hendaia. Trasladado en un tren de mercancías con miles de presos, fue deportado al Campo de Concentración de Neuengamme (Alemania). En mayo de 1945 tropas británicas liberaron Neuengamme.

A su regreso a Iparralde, Facundo pudo reunirse con su familia en Ciboure a finales de la década de 1940, conociendo por primera vez a su hijo José, quién había nacido en septiembre de 1936 durante la evacuación de Donostia-San Sebastián, de camino hacia Bilbao, en plena Guerra Civil. A través de la Organización Internacional para los Refugiados, Facundo junto a su mujer Cándida Sagarna, José y sus otros hijos pequeños (Mari Luz y Javier), tomaron rumbo hacia Santiago de Chile. Décadas después, Facundo y Cándida decidieron regresar a Euskal Herria. Facundo falleció en Donibane Lohizune, el 29 de agosto de 2008, a los 90 años de edad.

Facundo2Facundo Sáez Izaguirre en el centro, con ropa más oscura, con los Maquis. Imagen aportada por Pedro Oyanguren. Según comenta Oyanguren, el Gobierno Alemán envió a Facundo el reloj de pulsera que le fue requisado en el momento de su detención en 1944, treinta o cuarenta años después.

Me gustaría realizar un llamamiento para localizar a los milicianos y gudaris que participaron en la Guerra Civil y que a día de hoy puedan encontrarse residiendo fuera de Euskal Herria. Personas corrientes con historias extraordinarias que han vivido momentos históricos de indudable transcendencia. De la misma manera que es importante recordar, lo es el hecho de poder preservar esa memoria para evitar que todas estas historias caigan en el olvido.

[Mi más sincero agradecimiento a Pedro Oyanguren, José Sáez Sagarna, y a Yad Vashem y Pedro Junkera Zarate por la información aportada sobre Facundo Sáez Izaguirre, y Jules Caillaux y Éva Samain, respectivamente. Las entrevistas realizadas a José Sáez y a Pedro Junkera forman parte del proyecto de investigación sobre emigración, exilio y retorno vasco (e-Etorkinak, Bizkailab) de la Universidad de Deusto.]

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En nuestro propio mundo

“Chile es el país más vasco entre los de América”.

Gabriela Mistral (“Tala”, 1938)

De esta manera tan rotunda, Gabriela Mistral (bautizada con el nombre de Lucila Godoy Alcayaga) describía Chile en el contexto de la tragedia fratricida que estaba asolando su tierra ancestral y la pasividad cómplice del mundo occidental:

“Es mi mayor asombro, podría decir también que mi más aguda vergüenza, ver a mi América Española cruzada de brazos delante de la tragedia de los niños vascos. En la anchura física y en la generosidad natural de nuestro Continente, había lugar de sobra para haberlos recibido a todos, evitándoles los países de lengua imposible, los climas agrios y las razas extrañas. El océano esta vez no ha servido para nuestra caridad, y nuestras playas, acogedoras de las más dudosas emigraciones, no han tenido un desembarcadero para los pies de los niños errantes de la desgraciada Vasconia. Los vascos y medio vascos de la América hemos aceptado el aventamiento de esas criaturas de nuestra sangre y hemos leído, sin que el corazón se nos arrebate, los relatos desgarrantes del regateo que hacían algunos países para recibir los barcos de fugitivos o de huérfanos. Es la primera vez en mi vida en que yo no entiendo a mi raza y en que su actitud moral. Me deja en un verdadero estupor.”

Las palabras de Mistral, “una mestiza de vasco” tal y como se definió en su día, dieron fruto en época de Pedro Aguirre Cerda, Presidente de la República de Chile (1938-1941), también de origen vasco. Aguirre Cerda, comprometido con la causa republicana española, nombró a Pablo Neruda Cónsul Especial de Chile para la Emigración Española convirtiéndose en el enlace oficial con el Gobierno de la Republica de España y el Gobierno Vasco en Paris. Tras un mes de singladura por el Atlántico y el Pacífico el 3 de septiembre de 1939 el carguero Winnipeg arribó al puerto de Valparaíso desde una lejana Francia con cerca de 2.200 refugiados de la Guerra Civil Española, entre ellos un significante número de vascos. Trascurridas cuatro décadas, Neruda recordaba aquellos días en “Para nacer he nacido” (1978) de la siguiente manera:

“Ante mi vista, bajo mi dirección, el navío debía llenarse con dos mil hombres y mujeres. Venían de campos de concentración, de inhóspitas regiones del desierto. Venían de la angustia, de la derrota y este barco debía llenarse con ellos para traerlos a las costas de Chile, a mi propio mundo que los acogía. Eran los combatientes españoles que cruzaron la frontera de Francia hacia un exilio que dura más de 30 años”.

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Imagen del Presidente Aguirre Cerda desplegada por los refugiados del Winnipeg a su llegada al puerto de Valparaíso. Fotografía: BBC Mundo.

Otros vascos de otras migraciones se encontraban desde tiempo atrás asentados en diversas localidades del país. En 1915, parte de la comunidad vasca de Valparaíso se organizaba entorno al Centro Vasco Chileno de Socorros Mutuos, embrión de lo que más tarde sería Eusko Etxea-Casa Vasca, creada en 1943 tras la visita al país del Lehendakari José Antonio de Aguirre en 1942. La visita se enmarcaba en una gira que le llevó a recorrer diez países americanos. No alejada de conflictos internos, la asociación se vio abocada a desaparecer, y no es hasta 1999 que un grupo de personas retoma el nombre de la histórica casa vasca.

Tres años antes de la conformación del Centro Vasco de Valparaíso, Santiago de Chile era testigo de la constitución de su primer Centro Vasco, hermanándose en la distancia con las ciudades de Montevideo (Uruguay) y de Rosario (Argentina), las cuales vieron durante el mismo año surgir entre sus comunidades de emigrantes vascos la Sociedad de Confraternidad Vasca “Euskal Erria” y el Centro Zazpirak-Bat, respectivamente.

El paso del tiempo, los relevos generacionales, y los acontecimientos políticos y socio-económicos en Europa—la Guerra Civil, el exilio, el Gobierno Vasco en el exilio, la postguerra, y la Segunda Guerra Mundial—tendrán consecuencias directas en las numerosas colectividades vascas de América y particularmente en sus asociaciones, verdaderos faros en los rompeolas americanos de la emigración y el exilio vasco durante décadas. Dentro del devenir del propio Centro Vasco de Santiago de Chile en 1931 se crea Euzko Gastedija (Juventud Vasca) con un compromiso político claro en relación al emergente movimiento nacionalista vasco de Euskadi.

No es de extrañar que ante el aporte ideológico de los recién llegados y coincidiendo con la visita del Lehendakari Aguirre a Santiago de Chile, ambas instituciones, Euzko Gastedija y el propio Centro Vasco, asuman su unificación, convirtiéndose posteriormente en la institución que hoy conocemos como Euzko Etxea, no haciendo discriminación en el origen de los vascos, ya fueran de un lado o del otro de los Pirineos, a la vez que establecían una nueva sede social en la actual Avenida Benjamín Vicuña Mackenna. Su construcción se inició en 1957.

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Euzko Etxea de Santiago de Chile, 1960. (Fotografía cortesía de Pedro Oyanguren).

El pasado 15 de marzo Euzko Etxea celebró su primer centenario de vida. Durante el acto conmemorativo el Presidente de Euzko Etxea, José María Narvarte atestiguaba con sus palabras esa necesidad inherente al emigrante o exiliado de recrear un propio mundo vasco, situado entre el país de origen y el país de acogida, donde comenzar de nuevo, con la esperanza de que el esfuerzo realizado durante tanto tiempo tenga continuación:

“El vasco que abandona su pueblo, por distintos motivos y en distintos períodos de la historia, vive dos vidas: una soñando el anhelado retorno y otra, luchando día a día abriéndose un espacio vital, el de la subsistencia en otra tierra, en otro idioma, entre otras gentes. Y desde siempre, en ese diario vivir, le urge la necesidad de buscar un lugar de encuentro con los suyos, emulando instituciones, conservando sus tradiciones y su lengua… Nuestra casa cumple 100 años… Recordamos a los que ya no están y que hicieron posible su creación y su desarrollo y recibimos con los brazos abiertos a sus nuevos integrantes, savia nueva que hará posible perpetuar el sueño”.

Zorionak Euzko Etxea!!

Mi agradecimiento a Pedro Oyanguren y a Palmira Oyanguren por su inestimable ayuda.

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